Último jueves de febrero
Todo empezó de maravillas.
Era el último jueves de febrero y había empezado tan bien.
La clásica radio de las seis, el baño express y tres besos alborotados dieron por finalizado mi comienzo del jueves.
Ahora venía la segunda etapa.
Sé viajar sola me dije.
Claro que sé.
Me recuerdo en el pasado, tomando un tren a Quilmes. Y ese mismo día, también abordando varios colectivos y preguntando sobre sus carteles y números, toditos de tres cifras que lucían en la frente la gran mayoría de ellos.
Claro que sé me volví a decir.
Me puse liviana y caminé las cuadras que me separan de casa a la avenida.
Crucé sin mirar, costumbre suicida, y de inmediato llegó el colectivo.
Inmediatamente llegué a otro mundo.
Mundo de cumbia y desayuno espeso con gigantescas facturas rodeadas de pastelera,
sucio mundo de calles negras,
mundo perfumado pestilentemente,
turbio mundo de polvos y ojos con brillo de temer,
niños pobres de pobre mundo que ni imaginan que más allá de Liniers hay otros mundos.
Bienvenida a mi verdadero país, me dije y seguí camino según las indicaciones dadas.
Varias cuadras y vidrieras fulminantes me dejaron agotada.
Ver tanto es brutal y cansador.
En esas condiciones, más el peso de la fantasía cinematográfica que rodeó esa caminata, llegué al lugar donde dejaría, por mi propia voluntad, una cantidad considerable de mi sangre para poder decirme a mí misma yo puedo todo.
Es increíble lo que digo y hago para darme valor pero yo lo necesitaba en este último jueves de febrero.
No sólo que puedo todo, me dije. Puedo todo y puedo sola.
Toqué la puerta correcta dos veces.
No tengo capacidad para muchas cosas, mucho menos si de paciencia se trata.
Y a menos de cinco segundos de mi último golpe, volví por tercera vez sobre la puerta que decía Hemoterapia.
Pareciera que interrumpí, como menos, una operación a corazón abierto a juzgar por la cara (gorda obviamente) de la que sería, mi drácula con sobrepeso.
Me dijo con tono consonante que llenara el formulario de sesenta y cinco preguntas y una vez finalizado, tocara de nuevo una sola vez.
Para una hipocondríaca, el sólo hecho de leer frases que incluyan palabras como cáncer, sífilis, hiv positivo, hepatitis A ó B es una tortura que no se supera fácilmente.
Pero yo puedo, me volví a decir con un tono (poco) convincente.
Una vez completado el formulario, lo volví a leer y ya deseando que desaparezca el listado de tantas enfermedades, toqué una sola vez pero atronadoramente la puerta de Hemoterapia.
Entregué mi formulario y acto seguido estaba entregando mi sangre.
A las 8y30, hay una radio que atenta contra la salud mental del mundo. Si no, traten de imaginar al Sr. Petinatto parloteando con ligereza y velozmente.
Ahora entendía el por qué de la cara (gorda, como ya dije) de la usurpadora de sangre.
Le aclaro que no voy a mirar, ella me dice que está muy bien.
Me pone algo en el brazo derecho que apenas duele y yo, al contrario de mi actitud característica, me relajo y bombeo en un abrir y cerrar de puño en forma ininterrumpida según las indicaciones de la chica sanguijuela.
La radio me daba el ritmo con un tema disco y, casi disfrutándolo, dejé ahí mis 500ml. de sangre sana en un breve lapso de tiempo.
Fue endemoniadamente rápido y sin dolor! Eso fue verdad y fue lo primero que pensé apenas terminé.
Porque, en realidad, fue exactamente lo que pasó.
No sólo que puedo, sino que puedo sola y además lo hago bárbaro, me dije convencida en ese momento.
Yo necesitaba una transfusión de valor y la obtuve donando un poco de mí en la sala de hemoterapia.
Sonreía mientras la señorita me daba los comprobantes que confirmaban que eso había pasado de verdad.
Me pregunta: Te sentís bien?
-Perfecta! No pude contestarle menos. Era imposible contestarle otra cosa.
Tomé asiento despacito en la camilla, me paré y me fui caminando a tomar el desayuno que ya gozaba con sólo imaginarlo.
Siempre que puedo elijo las escaleras (aunque no lo parezca, la hipocondría sumada a mis momentos claustrofóbicos de ascensor, hacen de mí un ser encantador. Si no, pregunten por ahí).Y en ese momento, podía todo.
Bajé entonces al comedor que estaba poblado únicamente por cuatro hombres con aspecto de reunión sindical.
Mi café con leche y galletitas dulce se veía tentador.
Y entonces me dejé tentar con la espuma, y puse azúcar y dejaba que las galletitas se hundieran y salieran untables a mi paladar con sólo empujarlas con la lengua.
Es una imagen que me maravilla. Jamás me permití un romance con un café con leche con azúcar y ahora me dejaba llevar, me premiaba por el valor que había tenido toda mi actitud de unos minutos antes.
Los hombres no reparaban en mí y eso para mí fue un detalle encantador...El affaire con el café con leche no tenía testigos.
Pero como todas las historias de amor, al menos las más bellas, acaban en tragedia esta historia no fue la excepción.
La cuarta galletita empezaba a sentirse rara en mi boca.
Intenté deshacerla por completo con un sorbo de mi café con leche azucarado y fue peor.
Todo empezó a moverse sin permiso, mientras un sudor frío me inundaba por completo: me sentía fría y empapada.
Atiné a mirar a uno de los hombres y le pedí auxilio tan despacio que vinieron los cuatro casi corriendo a...
No sé qué pasó después.
Sé que otra cara (también gorda) me decía que hiciera fuerza para arriba y yo me negaba pidiendo una cama,
me hablaron de dinero,
me entraban llamadas al celular,
la enfermera no me dejaba ir si mi presión no aumentaba de mis 750/350 actuales a una adecuada presión de un mortal,
y al final me dormí una hora en una camilla con la cabeza mirando el infierno (o por lo menos así lo sentía) y los pies apuntando al cielo.
Me dormí y no soñé.
No vi túneles blancos luminosos con luces al final.
No vi familiares muertos ni vi familiares vivos.
Fue un dormir reparador.
Y cuando me desperté me dije: Yo puedo, yo puedo todo y puedo sola. Y las cosas me salen bárbaramente bien.
Incluso, puedo estar sola en una sala de guardia, en un estado de mucha vulnerabilidad.
Yo puedo me dije.
Pero la verdad es que no quiero.
Saliendo de ése, mi verdadero país para entrar a éste, el conocido sin tanta dura realidad entornándome, no me dije nada más y en silencio volví a casa.
Era el último jueves de febrero y había empezado tan bien.
La clásica radio de las seis, el baño express y tres besos alborotados dieron por finalizado mi comienzo del jueves.
Ahora venía la segunda etapa.
Sé viajar sola me dije.
Claro que sé.
Me recuerdo en el pasado, tomando un tren a Quilmes. Y ese mismo día, también abordando varios colectivos y preguntando sobre sus carteles y números, toditos de tres cifras que lucían en la frente la gran mayoría de ellos.
Claro que sé me volví a decir.
Me puse liviana y caminé las cuadras que me separan de casa a la avenida.
Crucé sin mirar, costumbre suicida, y de inmediato llegó el colectivo.
Inmediatamente llegué a otro mundo.
Mundo de cumbia y desayuno espeso con gigantescas facturas rodeadas de pastelera,
sucio mundo de calles negras,
mundo perfumado pestilentemente,
turbio mundo de polvos y ojos con brillo de temer,
niños pobres de pobre mundo que ni imaginan que más allá de Liniers hay otros mundos.
Bienvenida a mi verdadero país, me dije y seguí camino según las indicaciones dadas.
Varias cuadras y vidrieras fulminantes me dejaron agotada.
Ver tanto es brutal y cansador.
En esas condiciones, más el peso de la fantasía cinematográfica que rodeó esa caminata, llegué al lugar donde dejaría, por mi propia voluntad, una cantidad considerable de mi sangre para poder decirme a mí misma yo puedo todo.
Es increíble lo que digo y hago para darme valor pero yo lo necesitaba en este último jueves de febrero.
No sólo que puedo todo, me dije. Puedo todo y puedo sola.
Toqué la puerta correcta dos veces.
No tengo capacidad para muchas cosas, mucho menos si de paciencia se trata.
Y a menos de cinco segundos de mi último golpe, volví por tercera vez sobre la puerta que decía Hemoterapia.
Pareciera que interrumpí, como menos, una operación a corazón abierto a juzgar por la cara (gorda obviamente) de la que sería, mi drácula con sobrepeso.
Me dijo con tono consonante que llenara el formulario de sesenta y cinco preguntas y una vez finalizado, tocara de nuevo una sola vez.
Para una hipocondríaca, el sólo hecho de leer frases que incluyan palabras como cáncer, sífilis, hiv positivo, hepatitis A ó B es una tortura que no se supera fácilmente.
Pero yo puedo, me volví a decir con un tono (poco) convincente.
Una vez completado el formulario, lo volví a leer y ya deseando que desaparezca el listado de tantas enfermedades, toqué una sola vez pero atronadoramente la puerta de Hemoterapia.
Entregué mi formulario y acto seguido estaba entregando mi sangre.
A las 8y30, hay una radio que atenta contra la salud mental del mundo. Si no, traten de imaginar al Sr. Petinatto parloteando con ligereza y velozmente.
Ahora entendía el por qué de la cara (gorda, como ya dije) de la usurpadora de sangre.
Le aclaro que no voy a mirar, ella me dice que está muy bien.
Me pone algo en el brazo derecho que apenas duele y yo, al contrario de mi actitud característica, me relajo y bombeo en un abrir y cerrar de puño en forma ininterrumpida según las indicaciones de la chica sanguijuela.
La radio me daba el ritmo con un tema disco y, casi disfrutándolo, dejé ahí mis 500ml. de sangre sana en un breve lapso de tiempo.
Fue endemoniadamente rápido y sin dolor! Eso fue verdad y fue lo primero que pensé apenas terminé.
Porque, en realidad, fue exactamente lo que pasó.
No sólo que puedo, sino que puedo sola y además lo hago bárbaro, me dije convencida en ese momento.
Yo necesitaba una transfusión de valor y la obtuve donando un poco de mí en la sala de hemoterapia.
Sonreía mientras la señorita me daba los comprobantes que confirmaban que eso había pasado de verdad.
Me pregunta: Te sentís bien?
-Perfecta! No pude contestarle menos. Era imposible contestarle otra cosa.
Tomé asiento despacito en la camilla, me paré y me fui caminando a tomar el desayuno que ya gozaba con sólo imaginarlo.
Siempre que puedo elijo las escaleras (aunque no lo parezca, la hipocondría sumada a mis momentos claustrofóbicos de ascensor, hacen de mí un ser encantador. Si no, pregunten por ahí).Y en ese momento, podía todo.
Bajé entonces al comedor que estaba poblado únicamente por cuatro hombres con aspecto de reunión sindical.
Mi café con leche y galletitas dulce se veía tentador.
Y entonces me dejé tentar con la espuma, y puse azúcar y dejaba que las galletitas se hundieran y salieran untables a mi paladar con sólo empujarlas con la lengua.
Es una imagen que me maravilla. Jamás me permití un romance con un café con leche con azúcar y ahora me dejaba llevar, me premiaba por el valor que había tenido toda mi actitud de unos minutos antes.
Los hombres no reparaban en mí y eso para mí fue un detalle encantador...El affaire con el café con leche no tenía testigos.
Pero como todas las historias de amor, al menos las más bellas, acaban en tragedia esta historia no fue la excepción.
La cuarta galletita empezaba a sentirse rara en mi boca.
Intenté deshacerla por completo con un sorbo de mi café con leche azucarado y fue peor.
Todo empezó a moverse sin permiso, mientras un sudor frío me inundaba por completo: me sentía fría y empapada.
Atiné a mirar a uno de los hombres y le pedí auxilio tan despacio que vinieron los cuatro casi corriendo a...
No sé qué pasó después.
Sé que otra cara (también gorda) me decía que hiciera fuerza para arriba y yo me negaba pidiendo una cama,
me hablaron de dinero,
me entraban llamadas al celular,
la enfermera no me dejaba ir si mi presión no aumentaba de mis 750/350 actuales a una adecuada presión de un mortal,
y al final me dormí una hora en una camilla con la cabeza mirando el infierno (o por lo menos así lo sentía) y los pies apuntando al cielo.
Me dormí y no soñé.
No vi túneles blancos luminosos con luces al final.
No vi familiares muertos ni vi familiares vivos.
Fue un dormir reparador.
Y cuando me desperté me dije: Yo puedo, yo puedo todo y puedo sola. Y las cosas me salen bárbaramente bien.
Incluso, puedo estar sola en una sala de guardia, en un estado de mucha vulnerabilidad.
Yo puedo me dije.
Pero la verdad es que no quiero.
Saliendo de ése, mi verdadero país para entrar a éste, el conocido sin tanta dura realidad entornándome, no me dije nada más y en silencio volví a casa.
Etiquetas: desde mi cocina
1 Comments:
¿Dar el corazón?
Epero que alguna vez la fórmula te dé resultado.
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