lunes, febrero 19, 2007

Cortísimo II

El yeti era blanco, resistente y manso como una estatua.
Todos lo amábamos: Mis hijos no dormían sin sus cuentos,
Mis tíos estremecían al mirarlo,
Mi madre acariciaba su suave docilidad.
El día que se fugó toda nuestra vida cambió fatalmente.
Mis hijos crecieron para siempre,
Mis tíos perdieron sus dientes,
Mi madre inauguró su aspereza
y yo me puse a escribir.

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