Encierro
Suceso real transcurrido en sólo 4 minutos, contado y vivido por una cocinera claustrofóbica.
Me quedé encerrada en un baño.
En el encierro no hay soledad. Hay pánico.
Y la claustrofobia,
siempre tan solícita a mi locura de turno,
me hablaba en la nuca.
Cuando me quedo con picaporte en mano
y de una ojeada mal parida
veo,
sufro,
me congojo
y se me anuda creciente la garganta
por el escasísimo espacio entre el inodoro y la puerta,
entre la puerta y yo,
entre las cuatro paredes del encierro, el techo y el piso,
ojeada mal parida de eternidad en un segundo, me desesperé.
Me iba a morir y nadie se iba a enterar.
La locura del encierro siempre maneja esto como una certeza.
Y ya empezaba a engatusarme con palabras desalentadoras de pánico.
Apostaba a la muerte segura.
Perdido por perdido, usé el recurso del alarido,
gritos desaforados.
Se me iban las migas de poca cordura que quedaban.
Veía mis manos sordas golpeando la puerta de un ataúd.
En el fondo, una tele chata y a tono con la idiotez mediática
emitía Gran Hermano 7, ó 5 ó quién sabe.
Yo estaba encerrada en el baño.
Me lastimé el pulgar izquierdo por golpes miedosos desesperados.
El sentido común no venía.
No venían paramédicos, conserjes, mozos.
Nadie venía.
Cuando estaba a punto de hacer contorcionismo improvisado,
una especie de deslizamiento yarará inútil
(porque el espacio entre la puerta y el piso serían escasos35 cm ),
el escape se me frustró:
mi cabeza no pasaba por ahí. Y juro que lo intenté.
Porque estas cosas generan el encierro, querer probar lo improbable.
Entonces sentada, ya casi sin aire porque el pánico ganaba la pulseada,
transpirada, a los gritos y con la ropa pegada al hueso del miedo,
mareada, viendo la colección de puntitos como luciérnagas sin baterías,
miles de luciérnagas apagándose,
esa sensación de que me voy por un túnel,
esos avisos de neón titilante que dicen “desmayo inminente”,
y el terror conmigo en el baño en lugar de desaparecer
me pasaba la película del encierro haciéndome recordar otros encerrados,
como aquellos del ascensor de “sobre héroes y tumbas”…
Digo, cuando todo eso se quemaba en mi cabeza miro mi bolso y ahí, el celu.
A punto de mandar un mensaje me arrepiento y empiezo una llamada.
Me invade un potencial terror de no tener señal.
Y mientras el corazón pataleaba, queriendo escapar como yo,
latiendo en mi boca, quitando el aire cada vez más escaso.
Latiéndome entero, explotándome todo en la cabeza.
Y de pronto, escucho pasos cercanos a la puerta,
la voz que seguro me rescatará,
esa voz tranquilizándome del otro lado,
Él, siempre del otro lado.
La mano de esa voz en el picaporte.
La puerta a punto de abrirse.
Me quedé encerrada en un baño.
En el encierro no hay soledad. Hay pánico.
Y la claustrofobia,
siempre tan solícita a mi locura de turno,
me hablaba en la nuca.
Cuando me quedo con picaporte en mano
y de una ojeada mal parida
veo,
sufro,
me congojo
y se me anuda creciente la garganta
por el escasísimo espacio entre el inodoro y la puerta,
entre la puerta y yo,
entre las cuatro paredes del encierro, el techo y el piso,
ojeada mal parida de eternidad en un segundo, me desesperé.
Me iba a morir y nadie se iba a enterar.
La locura del encierro siempre maneja esto como una certeza.
Y ya empezaba a engatusarme con palabras desalentadoras de pánico.
Apostaba a la muerte segura.
Perdido por perdido, usé el recurso del alarido,
gritos desaforados.
Se me iban las migas de poca cordura que quedaban.
Veía mis manos sordas golpeando la puerta de un ataúd.
En el fondo, una tele chata y a tono con la idiotez mediática
emitía Gran Hermano 7, ó 5 ó quién sabe.
Yo estaba encerrada en el baño.
Me lastimé el pulgar izquierdo por golpes miedosos desesperados.
El sentido común no venía.
No venían paramédicos, conserjes, mozos.
Nadie venía.
Cuando estaba a punto de hacer contorcionismo improvisado,
una especie de deslizamiento yarará inútil
(porque el espacio entre la puerta y el piso serían escasos
el escape se me frustró:
mi cabeza no pasaba por ahí. Y juro que lo intenté.
Porque estas cosas generan el encierro, querer probar lo improbable.
Entonces sentada, ya casi sin aire porque el pánico ganaba la pulseada,
transpirada, a los gritos y con la ropa pegada al hueso del miedo,
mareada, viendo la colección de puntitos como luciérnagas sin baterías,
miles de luciérnagas apagándose,
esa sensación de que me voy por un túnel,
esos avisos de neón titilante que dicen “desmayo inminente”,
y el terror conmigo en el baño en lugar de desaparecer
me pasaba la película del encierro haciéndome recordar otros encerrados,
como aquellos del ascensor de “sobre héroes y tumbas”…
Digo, cuando todo eso se quemaba en mi cabeza miro mi bolso y ahí, el celu.
A punto de mandar un mensaje me arrepiento y empiezo una llamada.
Me invade un potencial terror de no tener señal.
Y mientras el corazón pataleaba, queriendo escapar como yo,
latiendo en mi boca, quitando el aire cada vez más escaso.
Latiéndome entero, explotándome todo en la cabeza.
Y de pronto, escucho pasos cercanos a la puerta,
la voz que seguro me rescatará,
esa voz tranquilizándome del otro lado,
Él, siempre del otro lado.
La mano de esa voz en el picaporte.
La puerta a punto de abrirse.
Y la puerta por fin, abriéndose.
Etiquetas: desde mi cocina
11 Comments:
De todo laberinto se sale por la puerta de arriba, dijo Borges.
Pol
si no conicías los ataques de pánico, acabas de describir uno espléndidamente, beso chiruzona.
The best!!!!
De nuevo 4 minutos de angustias perfectamente narrados, Morgana
A mi me da un poco de claustrofobia el avion pero ahi ....espero que nadie abra la puerta antes de tiempo.
No cambiás más y me parece que eso es bueno, ¿sabías?
"Soy claustrofóbica y lo grito a los cuatro vientos", como decían los melli (cuántas veces lo vimos...)
Muy angustiante che, pero muy lindo.
Mi amor, coincido con tu comentario. Perfecta y lamentable descripcion de un ataque de pánico.
por mas que alguno se burle, juro que casi no logro terminar de leerlo. me invadió un ahogo triztemente conocido.
soy clautrofóbico, bastante.
puedo imaginarlo.
"El, siempre del otro lado"
Interesante.
¿Existen posibilidades de que te enamores de tu salvador?
Nunca me desmayé pero una vez casi, y es verdad, miles de luciérnagas se me estaban apagando -buena descripción.
Pero alguien, del otro lado, abrió la puerta justo a tiempo: era la enfermera de la salita que por fin me embocaba la vena con su inyección.
El problema con el miedo es que siempre llama a otro miedo. El miedo al encierro llama al miedo a la muerte y éste al peor de todos: al miedo de tener miedo. Es un maldito círculo vicioso.
ups!
el anónimo anterior era yo. me olvidé de firmar-
Que impresionante relato, de verdad que ahoga. Me gustó eso de "la locura del encierro", y pensar que a la locura casi siempre se la encierra.
Por eso yo nunca cierro la puerta del baño. Para qué, si estoy solo en la casa...
Besos.
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