viernes, enero 19, 2007

Un pedacito de Pasado



Me serví un café amargo para pasar la amargura de los desencuentros cotidianos.
Un café comestible, áspero y sin azúcar.
Siempre en la tacita azul.
La tacita que modela su estría que nació ayer, creo, y se pierde a la mitad desapareciendo del mundo.
Ahora la tacita azul tiene pegado los restos de un café que ya es parte de mí.

Y ahí, al fondo a la derecha, miro y veo el pasado de alguien.
Yo.
O sea, la que escribe sobre la que escribe.

Puedo ver en el pasado a un hombre dócil y otro domesticado.
Hay más hombres que no quiero mirar porque vuelven
inevitables como el frío en agosto.
Hoy fotos de otra vida.
Me desconozco en todos los sentidos.

El retrovisor me devuelve una mujer con el alma renga y la tele anulando el silencio.

Una casa sin espejos que reflejen qué era.
Una vida de pasillo sin luz.

Hay mujeres ahí.
Mujeres alrededor formando una cruz.
La cruz de mi pasado.

Una cama sin quietud ni movimiento.
Un crepúsculo de vida.
Hay cositas como migas de pan, manteles sucios, desayunos inconclusos.

Veo una caja de disfraces.
Uno de cíclope tuerta, otro de Pandora desencajada.
Hay otros que quieren jugar, todavía hoy, a la escondida. Pero eso ya no es mío.

Un mensajero que no mensajea.
Cantidad de gente desconocida buscando conocerse por atajos.

Veo desvíos y algunos aciertos.
Veo el pasado descascarando hora tras hora, llenas de vacío y de nada.
También me veo feliz como un chispazo.
Felicidad fugaz, lejana y diminuta.

Ahora se esmerila la visión en la tacita y todo es confuso.
El pasado se retrae, se expande unos segundos y definitivamente, desaparece por hoy.

La espuma del café trepa por la estría como el pasado.
Quiere escaparse y ser otra cosa.

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