miércoles, abril 04, 2007

La Última

Un hombre, una mujer y un desenlace previsible se dieron cita en un café.
Un cortado en jarrito y otro, mitad y mitad componían el marco del suceso que se avecinaba.
Era el momento para dejar atrás los reproches, opacidades, asperezas, malhumores.
Las dulces despedidas son más dolorosas que las amargas, pero son las únicas válidas cuando se pone todo lo que se tiene en la mesa de un café.
Y esta vez era la última vez.
Las pocas palabras reforzadas por el aliento contenido daban un giro irreversible y se instalaba así una ciega bruma.
Una pareja más que entraba en la vía estrecha de la soledad.
El frío de las manos se ahuyentaba tomando el cuerpo del cortado pero ella no dejaba de temblar.
La arritmia del anillo contra el jarrito rompía el silencio.
Se miraba las uñas, muy cortas y sin pintura. Siempre decía: La delicadeza femenina no pasa por estos detalles, justificando su desvío de comerse hasta la carne de los dedos.
Y a él verdaderamente no le importaba.
Ella tenía delicadeza en la voz y en los gestos,
en la manera de apoyar las manos sosteniéndose la cintura como si estuviera evitando quebrarse en dos.
Delicada manía de moverse al compás del vino y del cigarrillo recién armado,
delicada caricia a la hora de despertarse.
Ahora la delicadeza importaba poco.
Estaban en ese punto sin retorno que dolía y asfixiaba.

Ella encontró la manera de verlo todo menos oscuro.
Imaginó estar en un laberinto de hielo.
Tarde o temprano las paredes se desvanecerían.
Todas las salidas estarían a la vista.
De a poco dejó de temblar.

Y empezaron así a recordar las dulzuras, las horas sin dormir, aquel juego de mirarse en la oscuridad.
Por un momento creyeron en el engaño de la segunda oportunidad.
Hubiera sido una buena excusa por tanto amor verdadero.
Justamente por eso dejaron ese atajo, y se besaron amorosamente como si fuera la primera vez.

Pero fue la última.

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