lunes, marzo 05, 2007

Delivery

Cuando pienso en ella, me inundo de imposibilidades.
Se me complica hacerle un cuentito de amor, porque ella vivió el amor fuera de todas las razones y siempre a destiempo.
Y ahora que lo pienso, no hay otro modo: los amores escasamente forman parte de la razón.
Su mundo es el de los instintos. El de la piel, los excesos, el de la comida, el de los besos, las caricias.
Dejo entonces, un cuentito de amor porque no puedo.

Tratar de hacer un relato cronológico, ordenado y concreto también me es abrumador.
No puedo relatar todo porque pasamos colegios, trabajos, carreras inconclusas, hijos, hombres, muertes y madres de años sin vernos.
La ausencia tiende a llenar espacios con aquello que no pasó, pero de poder elegir, elijo decir alguna verdad, todas las que me van viniendo del ayer.

Perdoname el desorden, los arreglos florales por ahí y la parca decoración por allá.
Así me sale amorosamente.

Te descubrí forcejeando brutalmente con nuestra maestra de salita de cinco, queriendo volver de la mano de tu mamá que ya se había alejado sin mirar atrás.
Y como si ese primer recuerdo fuera un signo, te seguí viendo así casi toda la vida.
Forcejeando queriendo volver a quién sabe dónde.

Te recuerdo el cuerpo huesudo, siempre acrobático y envidiable,
tu perfecta vertical en la oscuridad de la gran casa de Saavedra.
Los fondos con gallinas,
Turi con su ojo negro,
un carrito con dos ruedas y pedales donde subíamos a los chanchitos de la India.
Y el olor del tilo que acompañaba todas las travesías.

Amaba a tu perro Lobo y de ese amor me nació una cicatriz.

Te rodeaban hermanas mayores y una ausente delicadeza paterna.
Todavía escucho la risa de tu mamá pegada a adjetivos envidiosos de mis tías contándome de su belleza natural.
El olor de tu casa me mataba.
Olor a cuero nuevo, comida casera, herrajes y granja.
Mezcla de duro con blando, ahora que veo distinto.

Tus manos eran pesadas porque nadaban siempre contra la corriente.
Ni sabías para qué, pero necesitabas pasar por el ojal más cerrado, el pasillo más oscuro.

Un día lloraste abrazada a mis rodillas y yo no supe qué hacer, salvo lo que me dijo el corazón que fue abrazarte.

Un mundo de gente se me atora en la cabeza: Los bailes, Pachi, Fany y Mónica, Hernán, C.Conte, Sergio C., la música, la censura escandalosa de mis tías, los amigos invisibles, un mundo de gente que fue y nuca más será.

Recuerdo algunos encierros bajo la mesa para hacer cosas de nenas,
encierros en el baño para verte fumar sin descalificarte.

Y después nos empezamos a escapar, a tocar otras puertas y gustamos de otros encierros que nos excluían mutuamente.

Pasaron malos hombres, malas elecciones, malos tratos.
Un viaje a Italia perdido, amores que no perduraron y más de un durazno sangrando.

La moto, los patines, las bicis, las esperables caídas.
Las corridas con agua en carnaval, los primeros besos.
Los jueguitos de la copa en una mesa redonda de mármol negro que me hacen temblar con sólo nombrarla.

Ibas y volvías. Volvías y te ibas. Querías todo y no pedías nada.
Al final tuviste tantos hijos como el cuerpo te dejó.
Al final conseguiste todo y sentís que no tenés nada.

Pudiste tenerlo de otra manera y elegiste siempre las emboscadas.
Nunca una puerta, siempre los atajos.

Y hoy tu pasado te hace de fierro
pero todavía te veo forcejear y te siento llorar abrazada a mis rodillas.

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