miércoles, noviembre 22, 2006

Perros *


En un lugar que puede ser una ciudad cualquiera, existe un Ministerio que oprime hasta el rubor.
Se amontonan miles en largas colas y miles de colas se amontonan fusionándose y confundiéndose.

La confusión que voy a detallar es real, aunque así no lo parezca.

Un día de tantos llega un perro de raza innombrable trayendo a su dueño de la correa. Correa importada de Alemania, donde es oriundo el can y donde todo se hace de manera innombrable.
El perro, seco y abstracto, se coloca en la fila, y al lado, el señor se sienta y espera.
El señor tiene híbridas manías heredadas del germánico perro que saltan a simple vista
Y para asombro de pocos, hoy va a romper un par de esquemas.
Poco después llega una señorita en edad de merecer, con luz propia y prestada, atada a una bellísima correa carmesí, con cara de promesa que no fue y que lleva agarrada entre los dientes una perra elegante pero de dudosa procedencia.
La perrita se pone en la fila.
El señor intenta llamar su atención -en realidad de ambas-.
Comienza a dibujar una canción de amor y la susurra tormentosamente mal.
Todos los perros guardianes del Ministerio le ladran para que se calle de inmediato.
La señorita simula no oírlo y saca su libro de frases y comienza a leer.

La vida no es justa.

El señor se acerca con sonrisa angular, le muestra unos boletos y la invita a la ópera.
Ella sonríe simulando sorpresa, pero entonces la perra que envidia el disfrute ajeno hasta volverse un androide, le tira de la correa y le hace caer del libro.
Del golpe vuela como tábano y se desparraman las siguientes palabras en tres baldosas:

El amor todo lo puede.

El señor suspira, se siente incapaz de tocar esa frase como una señal y amaga recoger el libro.
Pero su perro también lo tira de la correa y ya no lo alcanza.
La damita empieza a desconsolarse y llora clamorosamente unas cuantas lágrimas mudas.
Quiere su libro.
Los otros perros de la fila, unidos a los perros guardianes empiezan a ladrar a la perra para que la haga callar y ésta, avergonzada por su mascota irreverente, le muerde un tobillo, a ver si de una buena vez se ubica.
En ese momento entra un bull terrier, trayendo de la correa un piromaniaco en tratamiento.
Cuando forman fila, el piromaniaco ve el libro en el suelo del que se deja ver:

Las pasiones son como los vientos, que son necesarios para dar movimiento a todo, aunque a menudo sean causa de huracanes.

Entonces, atraído como el mar a ciertas lunas, se agacha y lo toma.
Al ver que semejante sujeto le quita el libro, la damita comienza a llorar con frágiles movientos y aullidos blancos de lobo.

El señor siente en su corazón que debe defenderla, le da un empujón al piromaniaco -que le sienta como agua helada- y le quita el libro.
Imaginemos cómo le cae el agua a este tipo de sujetos por más que sea agua figurativa.
Entonces, el piromaniaco que por el fuego de sus ojos se ve que está entregado a cumplir su catastrófico destino, reacciona y le da al enamorado un golpe en la cara con forma de rayo que le quema el aliento.
La señorita comienza a gritar para que alguien defienda a su potencial amante.
Todo se torna incontrolable: Frases clase B esparcidas en el piso, piromaniacos encendidos, futuros amores haciendo mérito, perros alterados por el mal manejo de sus mascotas y miradas fulminantes de todo el Ministerio.

Mientras el desastre crece, un chihuahua sufre un momento de incontinencia. El mexicano ilegal que lleva de la correa levanta todo púdicamente con una bolsa de papel.
No quedan rastros del error.

La situación es tan caótica que interviene el Jefe del Ministerio, un doberman acompañado por un burócrata macho de correa con tachas.
Todo el mundo está fuera de su eje, quejándose por la vergonzosa pelea del piromaniaco con el enamorado.

El bull terrier y el alemán apenas consiguen tomarlos por los collares, pero no logran separarlos del todo.
El doberman mancho le ladra al bull terrier ordenándole que contenga a su piromaniaco.
Por fin los separan y, aunque el señor está bastante maltrecho, es el que tiene el libro. De éste se desliza sin consentimientos:

El deseo no pide permisos.

Parece que el suceso Señor-Señorita-Piromaniaco llega a su fin.

El doberman macho regresa a su oficina llevándose a su burócrata.
El enamorado le entrega el libro a la señorita y con la certeza de una respuesta positiva, pregunta:
"Puedo estamparte en el cuerpo las frases de tu libro?"
La perra de dudosa procedencia, que ya llegó a su turno en la cola, advierte que el señor nuevamente le está hablando a su señorita y tira de la correa.
De todas maneras, ella, que está que se desarma por él, contesta:
"quizá, quien sabe, capaz". Porque le nació una pequeña y fundada actitud histérica, que suelen tener tanto perros y mascotas ni bien se dan cuenta que tienen la vaca atada.
De todos modos ellos se van a ver, porque así como si fuera un desliz, con un movimiento natural dejó sutilmente caer de su libro su tarjeta personal que arrastró con la punta del pie hacia su enamorado, y en esa escapada también soltó para estampar en el piso la última frase boba de su libro:

No hay que vender la piel del oso antes de haberlo matado.

* Disparo que salió casi igualito a un cuento de un libro para niños "El pulpo está crudo"

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2 Comments:

Blogger Leandro said...

Cortazariano.

noviembre 27, 2006  
Anonymous Anónimo said...

Lindo. Algunas cosas para decirte, también. Lástima que no pude ver el original, eventualmente por una actitud histérica de la dueña de este perro.

noviembre 27, 2006  

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