Catch

Me tiran de la manga.
Los hijos me llaman a jugar
y todo se pone extraño, transparente.
Intento ser una de 100% Lucha
y sin ánimo le hago una doble Nelson al sueño y no.
Me gana esta vez.
Los brazos vírgenes me rodean el cuello,
me besan, piden perdones entre suspiros entrecortados.
Ese pelo ajeno se mete en mi boca
con gusto a Agree Sedal Dove.
Intento la del “ancho” Peucelle. Exagerada, retórica.
Y termino besando de nuevo la lona del sueño.
En ese mundo el pelo sigue mojado
perfumado de décadas viejas
y los muebles son los mismos pero distintos.
Qué es la verdad?
Este llamado a jugar, los besos del perdón,
el pelo mojado entre mis dientes?
O este catch al pedo, mi lucha titánica para despertarme
en la cama revuelta, revolvida?
Mientras, en la tele onírica veo un reportaje a mi madre,
quien anuncia entre risas con migas de pan centeno
que se compró las sandalias,
bautizadas Hanníbal Lecter,
que está de aquí para allá con las Hannibal,
de Cabildo al Puente, del Puente a Zapiola.
Cuando me cuenta,
cuando la veo en esa tele
parecen todas palabras conocidas,
hasta tienen una lógica de engarce.
Se eslabonan graciosamente, con simpatía
pero al rato no le encuentro sentido
y todo cambia de color.
La cocina es blanca, la mesa es de mármol
Los perros están mugiéndole a la luna.
Nada es mío.
Me doy vuelta en el revuelto gramajo de sábanas
y casi me despierto para que alguna cosa parezca verdad
pero un William Boo me cuenta tres entre las cuerdas,
me embaucan como a una cobra en la canasta
el sueño denso me toca la flautita,
me hipnotiza y salgo bífida, bamboleante.
Mi madre cuenta las costillas de mi descendencia
y fabula sobre cosquillas que no tiene ni nunca tendrá.
Ya ni me pregunto. Ni lucho ni vuelvo.
Hoy las revoluciones son sólo estampas en remeras.
Así me rindo casi sin saberlo.
Porque el catch es espectáculo.
La banderita blanca flamea en onírica mano.
Vencida me dejo. Total, nada es para siempre.
Ni el sueño.

Recreando un sueño del que no podía despegar donde mi madre todo lo abarcaba