Muro
Recuerdo una foto blanco y negro vista hace décadas.
La espalda de un hombre mayor lo abarcaba todo.
En sus manos, anudadas en esa espalda, un ramo de flores.
Las piernas vencidas por la vejez se daban permiso una a otra.
La nuca canosa descansaba ladeada a la izquierda.
La espalda transparente mostraba su dolor y soledad.
Esa espalda se despedía y daba la bienvenida a otra cosa.
El rumbo (final?) era hacia el cementerio.
Toda la composición, lo que la foto decía y murmuraba
me conmovió más de lo que pude admitir.
Y ese oleaje no hablado me salió en un temblor de labios
y la mar por los ojos, con peces de colores, algas marinas y medusas.
Cuando la persona que me acompañaba me vio así,
preguntó qué pasaba por mi cabeza.
Mi respuesta fue algo parecido a esto que digo acá.
Con tono desaprobatorio y piadoso a la vez, invalidó mi respuesta.
Dando un sinfín de razonamientos basados en argumentos adquiridos,
me dijo, con cierta decepción, algo parecido a “entendió cualquiera, china”.
Y a partir de ahí, me subí una fila de ladrillos.
un muro pequeño, contenedor.
Lo menos llamativo posible.
Y detrás de él, todo mi mundo marino.
Por eso de tanto en tanto, me sale algún pececito,
caracol o pulpo.
Pero nunca pude quitar el muro.
Etiquetas: desde mi cocina
1 Comments:
Hay muros reales y hay, los más complicados en demoler, los inventados por uno mismo.Ojalá empieces a encontrar razones demoledoras para desprenderte de tus muros.
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