Open Mind

La sorpresa por una maldita pesadilla agitó a Mercedes y así le relampaguearon todos sus esquemas.
Apenas terminado el desayuno, prendió la radio y desprendió inesperadamente su mente autómata. Se abrió a la mitad.
Se le antojó olvidarse de, por lo menos, la mitad de las cosas.
En la puerta del microondas blanco flameaba la lista del día confeccionada la noche anterior, antes de ponerse el pijama y después de un baño semi reparador, acurrucada en el sillón con el anotador éxito de hojas cuadriculadas sobre sus rodillas (prefería ese papel, así es casi imposible desviarse en la cuadrícula, inadmisible salirse de la raya, no hay escapatoria de los 0,5 cm por 0,5 cm., su estructura despiadada no da lugar a nada).
Pero la mañana fue otra y se dejó ir.
Miró la lista y la descuartizó de dos cortes sin simetría. Tiritó y sonrió.
Desconectada se hundió en la voz radial.
Escuchaba historias inéditas.
Oyó de los preludios escritos en el cenit de la relación Chopin-George Sand.
Atrás las milanesas de peceto que su carnicero le guardaba para antes de las 11hs.
Escuchó atentamente de las dificultades en el lenguaje y la extrema lentitud de aprender de Einstein.
Otro día será la búsqueda de los mocasines que tan poco le duraron al varoncito que juega a la pelota con lo que se deje llevar por el piso.
Las historias se intercalaban con temas “freejazz” de la mano de David Miles.
Fuera el sodero y los dos con setenta y cinco que le debía del jueves anterior.
Se les hicieron las 12 y, todavía en pijama, ella seguía tiritando y sonriendo.
Cuando la llamaron del colegio preocupados porque nadie había buscado a los niños, apagó la radio.
Y algo más se apagó y abrió al mismo tiempo para siempre.
Empezó tímidamente a llover.
Con la mitad de las cosas olvidadas se cambió, corrió al colegio y volvió a tiritar y sonreír, pero nada más que para no sentir tan de cerca la lluvia de su vida vacía.