No más que papalotes

No tengo más intenciones que la de hablar del viento y los barriletes.
No más que papalotes y viento.
Los papalotes femeninos tenían una mariposa y los otros, dos águilas con ojos de acero.
Las mariposas, singularmente asimétricas se destacaban por el rimel.
Las águilas, no.
Cola tirabuzón en ambas cometas.
Hilo tenso y mucha cuerda para darle confianza.
Me subí con las águilas y les di una libertad controlada, una para mirar y gozar cómo flotan porque sé cómo hacerlo, porque aprendí a upa de tu viento fabuloso.
Mi control las hace libres hasta acá,
las veo subir y bajar.
Y si mi aliado ventarrón me lo permite, las llevo más alto todavía y las disfruto de nuevo y de nuevo.
Y cuando ya el viento se va a dormir las acompaño en el descenso,
sutil y parsimonioso.
La mirada exigente de los otros me sonríe.
Al muchacho, en cambio, no le va bien con la mariposa.
Me ha dicho que en soledad, cuando nadie lo mira la eleva a lugares impensados,
que con cierto público exigente se pone algo tímida la pobre.
Pero yo le recordé que en esta competencia que habíamos improvisado, no importaba las elevaciones privadas, importaban las públicas, la que podía demostrar.
En esta ocasión sudaba avergonzado, Quien había flotado y flotado mejor, era yo.
Suficiente regocijo para un atardecer en el río.
En el intento mío de hoy, nocturno y montañoso, fue diferente.
La distracción del circo ambulante, los mosquitos resistentes al frío otoñal junto con la calesita y su ritmo pegajoso me quitaron el toque mágico.
Quizá los eucaliptos monstruosos metieron pavura a las águilas,
Quizá el fueguito del circo,
Las exóticas palmeras.
Quizá simplemente fue porque no tenían con quién competir ó a quién mostrarse.
Un motivo más que suficiente.
Recogí el hijo y volvimos cantando bajito.
Otra vez será el regocijo.
Otra vez será.
Etiquetas: desde mi cocina
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