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En algún momento el mundo se hace monocromático, se ubica de espaldas al río y se quita los ojos para la luna.

Los espejos retrovisores se rompen con la única nieve de enero y el pasado desaparece peligrosamente para siempre.

Las poquitas fotos que dan testimonio de que algo, más allá de esta cruz, ha existido las guardé y están bajo custodia pero no puedo acordarme dónde.

Ante este vacío me invento un planetario omóplatos adentro. Sé de él por el peso sobre la espalda.

Todo se hace lento, cada traslado es meditado, no me puedo equivocar a mitad de camino porque el equilibrio me está costando más de lo que realmente vale.

Entre tanto mis propias estrellas orbitan sobre mi cabeza.

No me queda más que acomodar lo que queda. Ensayo mentalmente el recorrido y me dibujo un mapa en la mano para no olvidarme. Pero después me dan ganas de improvisar y el mapa queda sumergido en espuma y agua, despatarrado e inservible.

Las fotos de ayer están idas, el presente se fuga y el futuro no es hasta mañana.

Como dice Luc, este no lugar hueco del cosmos, no es más que el set de grabación de una película de otros. No soy la guionista ni la directora. Soy sólo una actriz a la que no le sientan bien los primeros planos.
Soy la actriz cuyo papel es una espera continua.

Y como toda espera conlleva una pérdida, estoy irreversiblemente perdida.