Anoche

No sé qué pasó primero. Si los gritos felinos guturales disputándose a Venus o mis ansias desesperadas por deshacerme del sueño que me oprimía.
Violentamente el reloj dijo 4am.
Con similar violencia salté de la cama y subí las escaleras.
El grito desgarrador que no cesaba me llenó de angustia o simplemente, la hizo visible.
Descalza, casi desnuda ahora me veo parada viendo tres gatos.
Venus acostada y los otros dos de pie.
Mi presencia repele a los extraños. Así, los gatos corrieron silenciosos hacia otras terrazas.
Sin heridas visibles Venus bajó en cámara lenta. Eso me tranquilizó.
Dos segundos alcanzaron para ver un panorama nuevo, desconocido.
La madrugada prendida, el techo acanalado brillante, metálico, con cierta pendiente hacia los limoneros simulaba la escenografía escolar de una base lunar.
Más allá, en lo que había sido campo de batalla felino, tres obeliscos enanos se levantaban hacia el infinito.
Una enredadera desbordante huyendo de otra casa invadía rebalsándose por el piso.
Un banco de trabajo inútil. Maderas viejas. Un tender a punto de perecer.
Un manguera boa constrictora en el cuello de una canilla sin uso.
Pilas de baldosas dispares.
Espectros que dejaron los antiguos residentes del lugar.
Todavía me resulta extraña esa casa, mía en varios sentidos menos en el primordial:
El de pertenencia.
Bajo rapidito.
El temor sin sentido de que alguien me vea se desvanece en el lavadero, al pie del último escalón.
Cierro la puerta para que los gatos no vuelvan por esta noche. Acto inútil ya que fabricaron atajos para entrar y salir.
En la cama siento las migas del mal sueño que no se disuelven.
Arena en los pies. Humedad en todo el cuerpo. Frío en las manos.
Hay que deshacerse de lo que ya no se tiene.
La noche es inmensa.

Y esto recién empieza.