No hay banda
Leo cómo algunos escriben expresándose en breves bocanadas.
Casi cierro y a punto de apagarlo todo y salir, retomo otra lectura.
Me pierdo en ciudades invisibles y acto seguido, me quejo un poco.
Leer con los murmullos televisivos por la retaguardia no da placer.
Ahora sí.
Apago todo lo que genera ruido.
No hay banda. No hay orquesta.
Cierro los ojos para ver El silencio.
Las ventanas se dividen en rectángulos vidriados irregulares.
Se cuadricula un patio, una parrilla, varias moscas.
Unos vidrios me dividen desde su rotura nueva.
Y pensar que el ventanal jamás fue tocado por mí.
El sol me ruboriza y roba algo de mi limonero.
A veces el sol se pone amargo pero no hoy.
Bien cerca escucho voces infantiles, risas, rumores variados.
Lejos, las ganas de una cena imposible.
Mientras espero el mensaje, me dejo acariciar por este día.
Antes de irme, me dejo dejar huellas domingueras.
Un gol a los cuatro vientos silbado como un aliento me abre los ojos.
Un portazo ajeno rompe la armonía silenciosa.
Su eco se acopla al breve y metálico ruido celular
y todo, se funde en una pequeña bola de ruido que se acalla.
Ahí está el mensaje.
A este domingo le quedan grandes los ruidos.
No hay banda. No hay orquesta.
Casi cierro y a punto de apagarlo todo y salir, retomo otra lectura.
Me pierdo en ciudades invisibles y acto seguido, me quejo un poco.
Leer con los murmullos televisivos por la retaguardia no da placer.
Ahora sí.
Apago todo lo que genera ruido.
No hay banda. No hay orquesta.
Cierro los ojos para ver El silencio.
Las ventanas se dividen en rectángulos vidriados irregulares.
Se cuadricula un patio, una parrilla, varias moscas.
Unos vidrios me dividen desde su rotura nueva.
Y pensar que el ventanal jamás fue tocado por mí.
El sol me ruboriza y roba algo de mi limonero.
A veces el sol se pone amargo pero no hoy.
Bien cerca escucho voces infantiles, risas, rumores variados.
Lejos, las ganas de una cena imposible.
Mientras espero el mensaje, me dejo acariciar por este día.
Antes de irme, me dejo dejar huellas domingueras.
Un gol a los cuatro vientos silbado como un aliento me abre los ojos.
Un portazo ajeno rompe la armonía silenciosa.
Su eco se acopla al breve y metálico ruido celular
y todo, se funde en una pequeña bola de ruido que se acalla.
Ahí está el mensaje.
A este domingo le quedan grandes los ruidos.
No hay banda. No hay orquesta.
Etiquetas: desde mi cocina
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home